españolismo
El peligro y el interés general apenas logran reunirlos, pues la tendencia de todos es más bien huirse que atraerse unos a otros. Alejado el enemigo común, inmediatamente vienen a las manos, sobretodo si hay botín que repartir; apenas alguna vez, como sucede en Oriente, la energía de un hombre puede unir las voluntades sueltas con la fuerza de hierro de una inteligencia privilegiada, como el aro sujeta las duelas de un tonel; pero apenas el aro se afloja, se desunen aquéllas. De este modo se ha neutralizado la virilidad y vitalidad del noble pueblo, que tiene un corazón honrado y miembros fuertes, pero, como en la parábola oriental, necesita«una cabeza» que dirija y gobierne.
España es hoy, como siempre ha sido, un
conjunto de cuerpos sostenidos por una cuerda de arena, y, como carece de unión,
tampoco tiene fuerza y ha sido vencida en grupos sueltos. La frase tan traída y
llevada de Españolismo expresa más bien la «antipatía a un dominio extranjero» y el«orgullo» de los españoles, españoles sobre todos , que un patriótico y verdadero amor a
su país, a pesar de que coloca sus excelencias y superioridad muy por encima de las
de otro cualquiera. Esta opinión está expresada muy gráficamente por uno de esos
expresivos proverbios que, en España más que en parte alguna, son el reflejo del
sentir popular: Quien dice España dice todo . Un extranjero encontrará esto, quizá,
demasiado exclusivo y general, pero hará bien en no expresar dudas sobre este
asunto, si no quiere ser considerado por todos los indígenas como una persona
envidiosa, desconfiada o ignorante o, probablemente, las tres cosas juntas.
La debilidad nacional en España, decía el duque de Wellington es alardear de su fuerza. Cada partícula infinitesimal de lo que
constituye nosotros , como dicen los españoles, hablará de su país como si aún sus ejércitos fuesen conducidos a la victoria por el
poderoso Carlos V o los Consejos estuviesen gobernados por Felipe II en lugar de Luis-Felipe. Ventura grande fue, ciertamente,
según un predicador español, que los Pirineos ocultasen a España cuando el Malo tentó al Hijo del Hombre con la oferta de
todos los reinos del mundo y su gloria. Bien es cierto que esto se practicaba en la ignorante época medieval, pero pocos
peninsulares, aun en estos tiempos, dejarían de estar conformes con la con secuencia.
No hace muchos días que un extranjero contaba en una tertulia la muy
explicaba cómo nuestro primer padre al aparecer en Italia quedó
perplejo y sorprendido; cómo al cruzar los Alpes para ir a Alemania no
encontró nada que pudiese comprender; cómo las cosas se le
presentaron más obscuras y extrañas en París, hasta que al llegar a
Inglaterra se halló completamente perdido, confuso y sin brújula,
incapaz de hacer ni comprender nada. España era el sitio que le faltaba:
allá se fue, y con gran satisfacción suya se encontró como en su propia
casa; tan poco habían cambiado las cosas desde que se ausentó del
mundo, mejor dicho, desde que el sol de la creación alumbrara a Toledo.
Terminado el cuento, un distinguido español que staba presente, un
poco picado por el tono de guasa del narrador, contestó con anuencia de
todos los contertulios: Sí, señor, Adan tenía razón; España es el Paraiso. Y en
realidad, este caballero, digno y entusiasta, no estaba equivocado, a
realidad, este caballero, digno y entusiasta, no estaba equivocado, a
pesar de que, según la afirmación de no pocos compatriotas suyos, hay
algunas comarcas cuyos habitantes no están limpios, ni mucho menos,
del pecado original; así, por ejemplo, los valencianos suelen decir de su
deliciosa huerta: Es un paraíso habitado por demonios . Asimismo, Murcia,
país rebosante de leche y miel, donde Flora y Pomona disputan el
premio a Ceres y Baco, tiene, según los naturales, e l cielo y el suelo buenos;
el entresuelo, malo.
Otra anécdota podrá determinar el sentir del país del mismo modo que una paja arrojada al aire señala la dirección del viento. Thiers, el gran historiador, en su reciente viaje por la Península pasó unos días en Madrid. Siendo su inteligencia, como diría un lógico, de forma más subjetiva que objetiva, esto es, más sencilla a la consideración del ego y todo lo relacionado con él que a lo ajeno a su persona, durante su estancia en Madrid no se ocupó nada de la capital, lo mismo que hiciera en Londres en una excursión semejante. «Mirad, dijeron los españoles, a ese gabacho; no se atreve a quedarse ni a levantar los ojos del suelo, en este país cuya gran superioridad hiere su vanidad nacional y personal». La cosa no tiene nada de extraño. Hay en Castilla la Vieja un dicho antiguo que reza: Si Dios no fuese Dios, sería rey de las Españas, y el de Francia, su cocinero . Lope de Vega, sin renegar de estas pretensiones paradisíacas, tiene más consideración para Inglaterra. Su soneto en la romántica excursión a Madrid dice:
Carlos Estuardo soy.
Que, siendo amor mi guía,
al cielo de España voy,
por ser mi estrella María.
Debe recordarse que la Virgen, cuyo nombre llevaba esta infanta, es considerada por los españoles como la luz más
brillante y la única reina del cielo.