Cosas de España

El país de lo imprevisto

Richard Ford (1830-1833) Grabados: Gustavo Doré

 

posadas españolas

Habiendo ya discurrido bastante, y suponemos que satisfactoriamente, acerca de las comidas y bebidas de España, no estará demás que dirijamos nuestra atención a esas casas en que, por caminos y ciudades, se pueden encontrar esos consuelos para los hambrientos y cansados, o no se pueden encontrar, como suele suceder en este «país de lo imprevisto».

Las posadas de la Península, salvo raras excepciones, se han clasificado de tiempo inmemorial en malas, peores y pésimas; y como las últimas, al mismo tiempo que las más malas son las más numerosas y castizas, durarán hasta la eternidad. Pocos países habrá en que el viajero esté más veces de acuerdo con el discurso del amado Johnson a su amigo el caballero Boswell(1)«Pocas cosas habrá inventado el hombre que proporcionen mayor felicidad que una buena taberna». España presenta muchos argumentos en contra de la afirmación de nuestro gran tragón y moralista: las posadas, en general, ofrecen más distracciones para la imaginación que comodidades para el cuerpo,y siempre, aun las más nuevas y renombradas en el país, son inferiores en mucho a las que acostumbramos a tener los ingleses en el nuestro y se han extendido ya por todos los sitios del continente más concurridos por nuestros compatriotas. Pocas personas dirán aquí con Falstaff: «Iré a mi posada a holgarme». Es imposible evitar las incomodidades de los malos caminos y de las ventas, viajando a caballo y lentamente, y teniendo que soportarlas, por lo tanto; mientras que el ferrocarril arrastra al pasajero, lejos de todas esas molestias, con la rapidez de un cometa, y las cosas que se pierden pronto de vista se olvidan aún con mayor rapidez; pero que ningún escritor digno de tal nombre, tenga miedo en abandonar los caminos para seguir las veredas de la Península. «Hay una gran parte de España, dice el mismo Johnson a Boswell, que no ha sido aún recorrida. Me gustaría que fueseis allí; un hombre de talentos inferiores a los vuestros nos podría procurar observaciones útiles sobre aquel país».

Es muy fácil de explicar por qué los hospedajes públicos están tan abandonados. La Naturaleza y los habitantes parece que se han puesto de acuerdo para aislar más y más la Península, que ya de por sí lo está bastante por un mar huraño y por barricadas de montañas casi impracticables. La Inquisición ha reducido al español a la condición de un fraile encerrado en su convento de altos muros, alerta siempre a no dejar pasar al extranjero con sus peligrosas novedades(2). España, pues, sin visitar ni ser visitada, resulta arreglada exclusivamente para los españoles, y no se ha ocupado de procurarse ni las mejoras más elementales y más adecuadas a las necesidades de otros europeos y extranjeros, que ni son deseados ni queridos, ni siquiera se piensa en ellos por los indígenas, que rara vez viajan como no sea por necesidad, y nunca por divertirse. ¿Y para qué habían de hacerlo? ¿Para ellos no es España el Paraíso, y la parroquia de cada uno el cacho mejor de gloria? Cuando los nobles y los ricos visitan las provincias, se alojan en sus propias casas o en las de sus amigos, lo mismo que los frailes, cuando van de un lado a otro, siempre se hospedan en los conventos. La gran masa de las familias peninsulares, que no están sobrecargadas ni de dinero ni de exigencias, han estado y están habituadas a infinitas molestias y privaciones: viven en su país en una abundancia de privaciones, y piensan que al salir de casa lo han de pasar peor, pues saben perfectamente que en las posadas españolas la comodidad brilla por su ausencia. Al igual que en oriente, no conciben que el viajar no sea una serie ininterrumpida de trabajos, que soportan, cuando es necesario, con resignación estoica, considerándolos como cosas de España, que siempre han sido así, y para las cuales no hay remedio, sino paciente resignación. La feliz ignorancia y el desconocimiento de lo mejor han sido siempre el gran secreto de la ausencia de descontento, mientras que para aquellos que están habituados a vivir en continua fiesta, cualquier cosa que no sale a medida de su deseo es un desengaño; pero los que comen a diario pan duro y escaso y sólo beben agua, consideran un lujo el más pequeño exceso.

 

La biografía del pensador inglés Samuel Johnson, por James Boswell, publicada en 1791, está considerada como la mejor escrita en lengua inglesa; una especie de poema heroico:La Johnsoniada, la llamaba Carlyle, la Odisea adecuada a nuestra época.

La misma palabra novedad se ha hecho en el lenguaje corriente sinónima de un peligro, de cambio, al que todos los españoles tienen verdadero espanto; y en religión se considerada como herejía. La amarga experiencia, por otra parte, les ha enseñado a todos que todo cambio, toda promesa de una nueva era de bendición y prosperidad ha acabado en un desengaño, y, por lo tanto, no solamente prefieren soportar los males a que ya están acostumbrados, sino que no quieren de ninguna manera exponerse a otros mayores por tratar de mejorarlos. Más vale malo conocido que bueno por conocer, dice el adagio. ¿Cómo está mi señora esposa?, dice un caballero. Y el otro le replica: Sigue sin novedad. Vaya usted con Dios, dice otro al despedir a un amigo que va de viaje, y que no haya novedad.

 

al que duerme bien...

En España no se pide ninguna de esas comodidades que se han introducido en el continente por nuestros nómadas compatriotas, que llevan consigo su té, sus toallas, sus alfombras, su sibaritismo y su civilización. El viajar por placer es una invención moderna, y como resulta caro, los ingleses son, por lo común, quienes más viajan, pues tienen elementos para ello; pero como España está fuera de sus itinerarios corrientes, las posadas conservan el primitivo estado de suciedad y abandono que tuvieron muchas del continente hasta que las pulieron nuestras indicaciones y nuestras guineas.

En la Península, donde el intelecto no viaja a gran velocidad, las posadas, principalmente las de camino y las de orden inferior, continúan en el mismo estado que en tiempo de los romanos, y aun probablemente que antes de ellos. Es más, aun las cercanas a Madrid, «la única corte de la tierra», son tan clásicamente miserables como la hostería de Aricia, cerca de la Ciudad Eterna, era en tiempos de Horacio. En realidad, las posadas españolas de lugares apartados son de tal suerte, que una señora inglesa no debe aventurarse a penetrar en ellas, a menos de estar preparada para soportar una serie de molestias de las que no pueden formarse la más remota idea los que sólo han viajado por Inglaterra, aunque pueden ser y han sido soportadas aun por gente enferma y delicada. En cuanto a la gente joven, y a todo hombre que goce de buena salud, de buen humor y de la bendita previsión, comida y una cama no han de faltarle, a las que el hambre y la fatiga las hará más deleitosas que todos los recursos del arte; y por fortuna para el viajero, en todo el continente, y especialmente en España, se encuentra siempre el pan y la sal, como en los tiempos de Horacio, para reparar el estómago desfallecido, y después de eso, al que duerme bien no le pican las pulgas. Estos pequeños inconvenientes están muy compensados por los placeres que proporciona el viajar en este país primitivo, y además pueden aminorarse mucho haciendo acopio de provisiones, tanto en la cesta como en la cabeza. Las expediciones abundan en incidentes, aventuras y novedades; todos los días se representa a nuestra vista un nuevo espectáculo de la vida real y nos proporciona medios de conocer el fondo de la naturaleza humana y guardar un cúmulo de datos interesantes para el porvenir: después se recuerda todo lo agradable, y las molestias, si no se olvidan por completo, se atenúan mucho, pues aun las que se soportan en una batalla, al recordarlas y charlar sobre ellas, resultan divertidas. El viajero no debe esperar el encontrarse con demasiadas cosas; si cuenta con no encontrarse nada, difícil será que se lleve un desengaño. España, como oriente, no puede ser gozada por los excesivamente dengosos para las comodidades corporales; así, pues, los que analicen excesivamente, los que atisben demasiado detrás de las cortinas culinarias o domésticas, no puede esperarse que pasen una existencia tranquila.

 

 

la fonda

Entre estos refugios para los desamparados, colocaremos en primer término la fonda. Como indica su nombre, es una cosa extranjera, importada de Venecia, que en sus tiempos fue el París de Europa, el centro de la civilización sensual y el asiento de toda mentira e iniquidad. Los fondacco sirvieron de modelo a los fondack turcos. La fonda sólo se encuentra en las grandes ciudades y puertos principales donde se ha impuesto la necesidad de ellas por la concurrencia de extranjeros.

Casi siempre tiene anejas una botillería, donde se expenden bebidas de todas clases, y una nevería, donde se sirven helados y pasteles. En la fonda sólo se acomodan las personas; los animales, no; pero suele haber cerca alguna cuadra o una posada modesta, donde se envían los caballos. La fonda está, por lo común, bien provista de todos los artículos con que los sobrios y severos indígenas se contentan; el viajero al hacer comparaciones no debe nunca olvidar que España no es Inglaterra, a la cual muy pocos de ellos pueden sacar de la cabeza.

Que España es España, es una perogrullada que no se repetirá bastante, y en ser tal como es consiste su originalidad, su gracia, su idiosincrasia, su mayor encanto y su más alto interés, a pesar de que los españoles no lo crean así y, por una tonta imitación de la civilización europea, todos los días le hagan perder algún encanto substituyéndolo por cosas vulgares que no van bien con su carácter y menos aún con el de sus antepasados gótico-árabes. Los frailes, como ya hemos dicho, han desaparecido; las mantillas van desapareciendo; la sombra del algodón versus trigo ya ha obscurecido la risueña ciudad de Fígaro, y el fin de todas las cosas se aproxima. ¡Ay de mi España!

En España, especialmente en las provincias cálidas, hay que luchar contra el calor y no contra el frío; por lo tanto, las alfombras, los tapetes, las cortinas, etcétera, etc., serían un estorbo positivo que dificultarían la ventilación, y, en cambio, favorecerían de manera intolerable la cría de polillas. Las paredes, por lo general, están sencillamente enjalbegadas; los irregulares suelos, de ladrillo, se suelen cubrir con una estera de esparto, como se hacía en nuestros palacios en los tiempos de la reina Isabel; completan el parco ajuar del cuarto una cama baja de hierro o madera sobre ruedas, con bastos pero limpios colchones y sábanas, unas cuantas sillas duras, y, a veces, un sofá de respaldo derecho, muy incómodo, y una mesa desvencijada. Los precios son moderados: unos dos duros, o cosa así, diarios por persona, incluyendo habitación, desayuno, comida y cena. Los criados, si son españoles, cuestan generalmente la mitad; los criados ingleses, que ninguna persona discreta llevará al continente, en ninguna parte serán menos útiles y más molestos que en este país, donde se sufre hambre y sed, y donde no hay té, ni cerveza, ni carne. Dan más trabajo, necesitan más alimento y atención, y están diez veces más descontentos que sus señores. Estos, a lo menos, tienen el sentimiento de lo bello, y sienten un placer estético en el viaje en sí mismo, que les compensa sobradamente de las grandes faltas de comodidades materiales, que constituyen, en cambio, la única preocupación de la servidumbre, que sólo tiene el cerebro lleno de pudding y de sus buenas cuatro comidas diarias. Las fondas son más caras en Madrid y Barcelona, ciudad comercial la última donde los hoteles son más europeos tanto en las comidas como en los precios.

Los que hayan de estar una temporada larga en una ciudad deben hacer un arreglo con el fondista o alojarse en una casa de pupilos o de huéspedes, donde tendrán más ocasión de aprender el español y observar las costumbres del país. Este sistema es muy corriente, y puede saberse que en una casa se admiten huéspedes por un papel blanco que se coloca en un lado del balcón, siendo este modo de colocarlo, precisamente, lo que indica la industria de la casa, pues si el papel se ostenta en medio del balcón, entonces significa que está el cuarto para alquilar. Los precios de estas casas son razonables.