Cosas de España

El país de lo imprevisto

Richard Ford (1830-1833) Grabados: Gustavo Doré

 

los ríos

En España hay seis grandes ríos, arterias que corren entre las siete cordilleras, vértebras del sistema geológico. A cada uno de ellos afluyen varios de menor cuantía; de los que son, a su vez, tributarios innúmeros arroyuelos que corren por valles y quiebras.

Las aguas de lluvias y las del deshielo de la nieve son recogidas por todos estos arroyos y riachuelos, que las conducen a uno de los de primer orden, los cuales, todos, excepción hecha del Ebro, vierten en el Atlántico. El Duero y el Tajo , desgraciadamente para España, desembocan en Portugal, con lo que pierde una gran ocasión de comercio, pues son los más importantes en este ramo. Felipe II vió claro el verdadero valor de este rincón rodeado por España y trató de asegurar su posesión para dar fácil salida a los productos del interior por sus ensenadas, muy a propósito para el comercio exterior. La anexión de Portugal a España daría más fuerza al trono que el dominio de continentes enteros en el Atlántico, y ésta ha sido siempre la secreta ambición de todo gobierno español.

El Miño , que es el más corto de estos ríos, corre por un lecho fertilísimo. El Tajo , cantado por los poetas, por sus arenas auríferas y sus orillas llenas de rosas, sigue la mayor parte dé su curso por entre rocas peladas. El Guadiana se desliza por la solitaria Extremadura , infectando las llanuras con miasmas. El Guadalquivir extiende sus profundas márgenes por los asoleados olivares de Andalucía, y el Ebro cruza los llanos de Aragón. En España hay muchos riachuelos salobres, salados , y minas de sal o salinas, resultado de la evaporación del agua del mar; el suelo de la parte central está tan impregnado de «malsano nitro» que sólo en la Mancha podrían sacarse materiales para hacer volar el mundo entero; la superficie de estas regiones, siempre áridas, lo es cada día más por el horror que sus habitantes tienen al árbol; allí no hay nada que contrarreste la rápida evaporación, ni el menor resguardo para proteger o conservar la humedad. La tierra llega a estar tan reseca, que en algunas partes es imposible cultivarla. Otro peligro serio de la carencia de plantaciones es que los declives de los montes están siempre expuestos a la total denudación del terreno con las lluvias fuertes. No hay nada que detenga la bajada del agua, y de aquí la desnudez y pedregosa esterilidad de las cimas de muchas de las sierras, que han sido despojadas hasta de la más pequeña partícula capaz de dar vida a algo de vegetación: son esqueletos, donde se ha extinguido la vida. Y no sólo es el suelo el que pierde con esto, sino que los detritus, arrastrados, forman bancos en las bocas de los ríos u obstruyen y elevan sus lechos, de donde resulta que fácilmente se salen de madre y convierten los terrenos de sus orillas en pantanos pestilentes. La reserva de agua proporcionada por las lluvias periódicas, y que debe detenerse en los orígenes de los ríos, es arrastrada de golpe en torrentes violentos, en vez de deslizarse lentamente. Por su carácter montañoso, España tiene muy pocas lagunas, pues las pendientes son demasiado rápidas para consentir que el agua se acumule; las que existen por excepción pueden con gran propiedad ser llamadas lagos, sin que esto quiera decir que vayan a competir en tamaño y belleza con los de Escocia. La profundidad de los principales ríos de España ha disminuído y sigue disminuyendo, tanto, que algunos que eran navegables han dejado de serlo, y los canales que habían de sustituírlos están sin terminar; los progresos de la ruina avanzan, y se hace muy poco para neutralizar o corregir lo que cada año ha de resultar más difícil y más caro, pues los medios de reparación disminuirán al mismo tiempo que irán en aumento la miseria ocasionada por el mal y la pusilanimidad, hija de ella. No obstante, últimamente se han formado algunas grandes compañías hidráulicas encargadas de hacer pozos artesianos, terminar canales, convertir algunos ríos en navegables y emitir acciones liberadas , lo cual, sin duda, se hará si no ocurre nada que lo impida.

Sin embargo, los ríos que pueden hacerse navegables son solamente aquellos que están constantemente nutridos por los afluentes secundarios que bajan de las montañas, cubiertas todo el año de nieve, y éstos, en realidad, son pocos. La mayoría de los ríos españoles son escasos de agua en verano y de muy rápida corriente durante el deshielo, y en estas épocas serían impracticables, aun para las barcas pequeñas. Además suelen estar muy sangrados para los riegos artificiales, y por esta causa su caudal de agua disminuye notablemente; en Madrid y Valencia, por ejemplo, los amplios lechos del Manzanares y del Turia suelen estar tan secos como las playas en la bajamar.

 

los puentes

Parece que se les llama ríos sólo por cortesía hacia los magníficos puentes que hay edificados sobre ellos; tanto, que una broma de los forasteros es presentar a los vecinos tratando de ven der uno para comprar un poco de agua, o comparar sus sedientos arcos con un hombre en el suplicio, pidiendo por amor de Dios una gota de agua; pero si cae una lluvia fuerte en las montañas, pronto se demuestra la necesidad de su solidez y amplitud, de la anchura y altura de sus arcos y de sus estribos firmes, que al principio parecieron más bien antojo de una arquitectura monumental, que obra de utilidad pública. Los que viven en un país relativamente llano no pueden apenas formarse idea de la rápida y tremenda destrucción que las inundaciones causan en estos países montañosos. La lluvia torrencial forma avalanchas que bajan saltando de piedra en piedra como un torrente, arrollando y arrastrando cuanto encuentran a su paso, socavando la tierra, arrancando rocas, descuajando árboles y casas y sembrando por todas partes desolación y ruina. Pero estas furias suelen ser cortas; así, si el viajero quiere ver el Támesis de Madrid puede darse prisa, si no quiere correr el riesgo de que el río haya desaparecido cuando llegue a verlo. Cuando los españoles, mandados por los tontos Blake y Cuesta, perdieron la batalla de Ríoseco , que dió Madrid a Bonaparte, los soldados franceses, al pasar por el cauce del río, completamente seco, exclamaron: «¡Hasta los ríos huyen en España!»

En las comarcas en donde las carreteras y los puentes son un lujo, sirven los cauces para río en invierno y para camino en verano. En este país de anomalías, así como hay ríos sin puentes, hay puentes que no tienen río; el más notable de estos pontes asinorum está en Coria, donde se cruza el Alagón en una mala y a veces peligrosa barcaza, mientras que a dos pasos, en unas praderas cercanas, se eleva un hermoso y seco puente de cinco arcos. Según dicen, esto es consecuencia de que en alguna inundación el río varió de cauce, se salió de madre , dicen los españoles, los cuales no se preocupan mucho de ello, pues no hacen ningún esfuerzo para que vuelva a ,cruzar por los arcos de aquél. Invocan a Hércules para que cambie a este Alfeo y, entretanto, se atienen al proverbio que dice: Después de años mil vuelve el río a su cubil . Más adelante diremos algo acerca de la pesca en estos arroyos errantes.

 

navegación fluvial

La navegación de los ríos españoles es oriental, clásica e imperfecta: las barcas, barcazas y barqueros datan de la época medieval y son más aprovechables artísticamente que para el comercio. El «gran río», el Guadalquivir , que en tiempo de los romanos era navegable hasta Córdoba, hoy es apenas practicable hasta Sevilla por barcos de vela de mediano calado.

Los pasajeros encuentran toda clase de facilidades concedidas para los buques que hacen la travesía entre esta capital y Cádiz. Estas ventajas, ni que decir tiene, son obra de Inglaterra, aun cuando el primer barco de vapor que surcó los mares fuese invención española y se botase al agua en Barcelona en 1543; pero el entonces ministro de Hacienda era un rutinario oficinista y se opuso a proteger la invención y no se volvió a hablar más del asunto. Los buques de vapor que hacen el servicio del Guadalquivir son seguros. En nuestro tiempo siempre se decía en los anuncios de salida de los vapores que se diría una misa antes de zarpar en la herética invención, lo mismo que hoy, cuando se inaugura en Francia un camino de hierro, las locomotoras de Birmingham son rociadas con agua bendita y bendecidas por un obispo, lo cual puede ser una «indirecta» para míster Hudson y el primado de York.

En Aragón se habla mucho del proyecto de hacer navegable el Ebro: este año se han practicado algunos estudios por dos ingenieros, ingleses por supuesto. Los periódicos locales comparan el asombro de los campesinos al ver a estos individuos con el que ocasionaran Don Quijote y Sancho en los mismos parajes con su aventura de la barca encantada.