Viaje por España (Tra los montes)
Teófilo Gautier (1840)
Viajes y viajeros por España

Capítulo IX. El Escorial.- Los ladrones

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El Escorial está colocado a siete u ocho leguas de Madrid, no lejos de Guadarrama, al pie de una cordillera. No hay nada másárido y desolador que el campo que es necesario atravesar para llegar hasta allí. Ni árboles ni casa: sólo grandes cuestas que se enlazan unas con otras; arroyos secos que la presencia de sus puentes indica como lechos de torrentes y más o menos lejos grupos de montañas azules coronadas de nieve o rodeadas de nubes. El paisaje no da sensación de grandiosidad; la ausencia de toda vegetación marca una severidad y una franqueza extraordinaria al paisaje.

En el espacio de ocho leguas no se encuentra nada, hasta que al final de una cuesta nos encontramos con una casa aislada, en frente de la cual hay una fuente que filtra gota a gota un agua pura y helada. En seguida se divisa, recortándose en el fondo nebuloso de las montañas, El Escorial, ese Leviatán de la arquitectura. Desde lejos resulta muy bello: parece un inmenso palacio oriental; con cúpulas de piedra y bolas que rematan todas, las agujas. La primera cosa que me sorprendió fue la enorme cantidad de golondrinas y vencejos que surcan el aire en numerosas bandadas, lanzando gritos agudos y estridentes. El Escorial. (Robert)

Todo el mundo sabe que El Escorial fue erigido por Felipe II para cumplir un voto hecho durante el sitio de San Quintín, en el que se vio obligado a bombardear una iglesia de San Lorenzo. Entonces ofreció indemnizar al Santo con otra iglesia más hermosa y mayor, y cumplió su palabra mejor que suelen cumplirla los reyes de la tierra. El Escorial, comenzado por Juan Bautista de Toledo y terminado por Herrera, es, seguramente, después de las Pirámides deEgipto, la más enorme mole de piedra que existe en la tierra. En España le llaman la octava maravilla —sabido es que cada país tiene su octava maravilla— lo cual da por lo menos un conjunto de treinta octavas maravillas en el mundo.

Realmente me siento apurado para dar mi opinión sobre El Escorial. Ha habido tantas personas serias y famosas (a mí me parece que tal vez no lo han visto) que lo han descrito como una obra maestra y un supremo impulso del genio humano, que yo, un pobre diablo, publicista, errante, daría la sensación de querer ser original al llevar la contraria a la opinión común, pero, a pesar de todo, digo en conciencia, que juzgo a El Escorial como el monumento más abrumador y más melancólico que puedan soñar, para mortificación del prójimo, un fraile lúgubre y un tirano suspicaz.

El Escorial tiene forma, de parrilla, en honor de San Lorenzo; cuatro torres cuadradas representan los pies del instrumento de tortura; cuerpos de edificios unen a estas torres entre sí, formando un cuadro; otras edificaciones transversales simulan las barras de la parrilla. La iglesia y el palacio están construidos en el mango. No es que yo censure la puerilidad del simbolismo, muy dentro del gusto de la época, pero estimo que pudieron haber hecho mejor uso de él. Las personas enamoradas de la sobriedad en la arquitectura, verán en El Escorial un modelo perfecto, pues en él no se emplean más líneas que las rectas, ni más estilo que el orden dórico: el más pobre y más triste que existe.

Es el ideal del cuartel y del hospital, y su gran mérito consiste en ser de piedra. Mérito insignificante, puesto que a pocos pasos seconfunde con la tierra gris. Como remate ostenta en loalto una pesada cúpula gibosa, cuyo único adorno consiste en unas cuantas bolas de granito. Los cuerpos del edificio tienen el mismo estilo, con muchas ventanitas sin ningún adorno. Los alrededores del monumento están embaldosados y sus límites se marcan por muros bajos, de tres pies de alto, adornados con las inevitables bolas en accesos y esquinas. La fachada es gigantesca.

Se entra por un patio muy grande, en cuyo fondo se ve el pórtico de la iglesia, poco interesante, salvo unas estatuas de gran tamaño de los profetas, con ornamentos dorados y las caras coloreadas. El patio de baldosas, es frío y húmedo y la hierba crece entre ellas. Ya en él nos invade un aburrimiento que pesa sobre nosotros como una capa, de plomo. El corazón queda sobrecogido y parece que todo termina y que toda alegría se aleja. El olor frío e insípido de agua bendita y de caverna sepulcral, que se advierte al entrar en la iglesia, llega a nosotros como una corriente de aire llena de pleuresías y catarros. Parece como si la médula se pegase al hueso y el calor de la vida no hubiera de volver a confortarnos. Aquellos muros impenetrables, como los de un panteón, no pueden dejarse traspasar por el aire de los vivos de ninguna manera. Pues bien; a pesar de este frío claustral y ruso, lo primero que vi al entrar en la iglesia fue una mujer arrodillada, que se golpeaba el pecho con una mano, mientras con la otra se abanicaba con parecido frenesí.

El interior de la iglesia es melancólico y árido; enormes pilastras de granito salpicado de mica como la sal de un guiso se elevan hasta la bóveda, pintada al fresco, en tonos azules y vaporosos, que van muy mal al color frío y pobre de la arquitectura; el retablo es de talla, con molduras a la española y pinturas admirables que compensan un poco la desnudez del decorado, en el que triunfa sobre todo una simetría verdaderamente insulsa. A uno y otro lado del retablo hay dos esculturas en bronce dorado, arrodilladas, que parece ser que representan a don Carlos y a unas princesas de la familia real; tienen un gran empaque y resultan bien. La sala Capitular frente al altar mayor, es ya por sí sola una iglesia enorme. Allí vimos el sitio donde durante catorce años se sentaba el sombrío Felipe II, aquel rey nacido para gran inquisidor. Su sillón ocupa una de las esquinas y detrás de él hay una puerta practicada en el muro, que comunica con el interior del templo. Aunque nunca presumí de devoto, jamás pude entrar en una catedral gótica sin experimentar una emoción extraordinaria y misteriosa, sin el temor vago de hallar tal vez detrás de una columna al mismo Padre Eterno con su barba plateada, su manto de púrpura y su vestimenta azul, vigilando las oraciones de los fieles. Pero en el Monasterio de El Escorial, lo único que pude sentir es lo abrumador, lo aplastante, hasta el punto de creer que los mortales nos hallamos bajo un poder inflexible y triste que hace inútil toda oración. El Dios de un templo así no se dejará nunca enternecer.

Una vez visitada la iglesia, bajamos al Panteón. Este es una cripta donde se hayan enterrados los cadáveres de los reyes de España. Recinto octogonal de treinta y seis pies de diámetro por treinta y ocho de alto se halla colocado justamente debajo del altar mayor, de modo que al celebrar la misa, el sacerdote pise la piedra que forma la clave de la bóveda. Se baja al Panteón por una escalera de piedra y mármol de color, cerrada por una espléndida verja de bronce.

El Panteón se halla revestido de jaspe, pórfido y otros mármoles preciosos. En los muros están los nichos, y en los sarcófagos anticuados de forma, que sonlos que contienen los restos de reyes y reinas.

En semejante cueva hace un frío que hiela los huesos; los mármoles pulimentados reflejan la luz temblorosa de la antorcha y se empañan con un vapor húmedo que nos da la impresión de hallarnos en una gruta submarina. En el Panteón, lo mismo que en la iglesia, la sensación es siniestra; no hay un solo agujero en todas aquellas dramáticas bóvedas por donde se pueda ver el cielo.

En la sacristía se conservan algunos cuadros de calidad, pocos, ya que los mejores han sido trasladados al Museo del Prado; entre ellos, algunas tablas de la escuela alemana; el techo de la escalera principal está pintado al fresco por Lucas Jordán, y representa una alegoría relativa al voto de Felipe II para la fundación del Monasterio. Pellegrini, Gangiaso, Calducho, Rómulo Cincinnato y muchos otros pintaron en El Escorial claustros, bóvedas y techos. La biblioteca ofrece la singularidad de que los volúmenes están alineados con el lomo para adentro. La biblioteca es muy rica, especialmente de manuscritos árabes; seguramente debe haber allí tesoros de extraordinario valor, totalmente ignorados. Hoy, que las conquistas del Africa han hecho del árabe un idioma práctico y a la moda, sería conveniente que esta mina fuese explotada por nuestros jóvenes orientalistas. Los demás libros parecen ser, en su mayor parte de Teología y Filosofía escolástica.

En uno de los claustros hay un Cristo de mármol blanco, de tamaño natural, obra, según se dice, de Benvenuto Cellini, y algunas pinturas, fantásticas muy originales, por el estilo de las Tentaciones de Callot y de Teniers, pero mucho más antiguas. A pesar de estas cosas no hay nada tan monótono como aquellas galerías interminables, todas de piedra, bajas de techo y estrechas, que cruzan todo el edificio como las venas por el cuerpo humano; es difícil no perderse en ellas; se sube, se baja, se dan mil vueltas y bastarían tres o cuatro horas de pasearse por allí para gastarse la suela de los zapatos, pues el granito es áspero corno una lima y erosiona como el papel de lija. Cuando se mira desde lo alto del edificio a la parte baja del patio, se ve que las bolas parecen del tamaño de cascabeles, aun cuando son de una dimensión enorme y podrían servir como inmensos mapamundis. El horizonte se extiende inmenso a nuestros pies, contemplándose de una sola ojeada el campo que nos separa de Madrid. A uno de lados se yerguen los picachos del Guadarrama.

Cuando nosotros subimos a la cúpula, observamos largamente la magnitud del Monasterio en su conjunto. Vimos el jardín, donde hay más arquitectura que vegetación, con su serie de terraplenes y terrazas de boj recortado, formando dibujos parecidos a las aguas del damasco antiguo; se ven fuentes y estanques de agua verdosa; en suma, un jardín tétrico y solemne, digno en un todo del lúgubre edificio en que se halla.

Dicen que El Monasterio tiene mil ciento diez ventanas, solamente al exterior, lo cual produce gran asombro a los burgueses. Yo no las he contado, pero es muy posible que las tenga, pues nunca, he visto tantas ventanas juntas; el número de puertas, es también fabuloso.

Salí de aquel desierto de piedra, de aquella necrópolis monacal, con un sentimiento delicioso de alivio y satisfacción. Me pareció que renacía a la vida y que aún podría gozar de la juventud y sentirme alegre en el mundo creado por un Dios bueno, esperanza que había perdido bajo aquellas criptas funerales. Un aire tibio y luminoso me envolvía, sintiéndome libre de aquella quimera arquitectónica, que creía eterna.

Aconsejo a todas las personas que tienen la vanidad de creer que se aburren que vayan a pasar unos cuantos días a El Escorial; allí sabrán lo que es el verdadero tedio, y ya gozarán siempre el resto de su vida pensando que podrían estar en El Escorial y que no están.

contrabandistas de la sierra de Ronda. (Dore)Al regresar a Madrid todo el mundo se sorprendió de vernos vivos. Parece que muy pocas personas regresan de El Escorial; a los tres o cuatro días de estar allí, fallecen o se saltan la tapa de los sesos a poco ingleses que sean. Afortunadamente nosotros tenemos un temperamento vigoroso, y así como Napoleón decía que la bala que había de matarle no se había fabricado todavía, nosotros decimos lo mismo respecto al monumento que haya de causar nuestra muerte. Otra cosa que también causó sorpresa fue ver que volvíamos con nuestros relojes, pues como en España hay siempre gente curiosa por las caminos y no suele haber relojes de torre ni cuadrante solar, se dedican aconsultar los de los viajeros...

A propósito de ladrones, vamos a narrar una historia a de la que faltó poco para que fuésemos héroes. La diligencia de Madrid a Sevilla, en la que debíamos salir, sin que lo hiciésemos por falta de sitio, fue asaltada en el camino de la Mancha, por una partida de facciosos o ladrones, que viene a ser lo mismo; los bandidos se dispusieron a recoger su botín y a secuestrar a los viajeros para luego pedir, como se hace en las tribus de África, un fuerte rescate. En esto apareció otra partida más numerosa que la primera: la venció, la quitó los prisioneros y se los llevó a sus guaridas de la montaña.

En el camino, uno de los viajeros sacó su petaca, que los bandidos se habían olvidado de requisar, cogió un cigarro, lo encendió con la mecha y con toda la cortesía castellana le ofreció otro al bandolero:

— ¿Quiere usted un cigarro? Son habanos.

—Con mucho gusto— respondió el otro lisonjeado por aquella atención.

A los pocos momentos, el bandido y el viajero, fumando sus cigarros y lanzando al aire bocanadas de humo, entablaron una conversación, en la que, de motivo en motivo, el ladrón fue a parar a quejarse de la marcha de su comercio, como hacen todos los mercaderes: afirmaba que los tiempos eran duros, los negocios no iban bien, que había muchas gentes honradas que les hacían la competencia y que estropeaban el oficio. Además, los viajeros, seguros de ser asaltados y robados, no solían llevar consigo sino lo más preciso y se ponían la peor ropa.

—Mire usted— dijo con gusto de desesperanza mostrando su capa raída y remendada que merecía envolver a la honradez misma: ¿No es vergonzoso verse obligado a robar estos andrajos? ¿Es que el hombre más honrado de la tierra iría peor vestido? Es cierto que solemos secuestrar a los viajeros, pero las familias de hoy tienen el corazón tan duro que ni aun así desatan los cordones de su bolsa. Apenas sacamos para ir comiendo, y para esto hay que dormir en el suelo, comer bellotas, beber nieve derretida, andar muchísimo y exponer la piel a cada momento.

Así hablaba aquel valeroso bandido tan desengañado de su oficio, por lo menos, como cualquier periodista parisién cuando le llega el turno de escribir su artículo. El viajero contestó al forajido:

—¿ y por qué, si su oficio, es tan malo y le produce tan poco, no toma usted otro?

—Ya lo he pensado, y mis compañeros también, Pero, ¿qué quiere usted que hagamos? Estamos acorralados, perseguidos. Si nos cogen, nos fusilan como a perros. No hay más remedio que seguir apechugando con esta vida.

El viajero, que era hombre de influencia, se quedó un momento pensativo:

—De modo que si le indultaran, ¿dejaría usted su oficio?

— Ciertamente ¿Cree usted que es muy divertido ser ladrón? Aparte de que es necesario tener un alma negra hay que trabajar como esclavos. Es mucho mejor ser honrado.

—Bueno repuso el viajero, Pues yo me encargo de conseguir el perdón de todos a condición de que no devuelvan la libertad.

—Perfectamente, vaya usted a Madrid. Aquí tiene usted un caballo y un salvoconducto para que los compañeros le dejen pasar. Vuelva usted pronto, Le esperamos en tal sitio con sus compañeros, a quienes trataremos lomejor posible.

El viajero regresó a Madrid y a los pocos días logró que los malhechores fuesen indultados. Inmediatamente volvió a buscar a sus compañeros de infortunio. Al volver se los encontró sentados tranquilamente con los ladrones, comiendo un jamón manchego, cocido con azúcar y dando frecuentes tientos a una bota de vino de Valdepeñas, que los ladrones, como delicada atención, habían robado expresamente para ellos. Todos cantaban y se divertían mucho, y los presos tenían más ganas de hacerse ladrones que de volver a Madrid. Pero el jefe de la partida les pronunció un discurso de severos tonos morales, que les hizo reflexionar. Así, todo el grupo, revueltos unos con otros, se dirigieron a la ciudad más próxima, donde viajeros y ladrones fueron recibidos con gran entusiasmo, pues bandidos apresados por gentes, que iban en la diligencia constituía un espectáculo verdaderamente raro y curioso.

(Grabados J.Robert, G.Dore, A.Wagner)