Viaje por España (Tra los montes)
Teófilo Gautier (1840)
Viajes y viajeros por España

Capítulo XIV. SEVILLA.—LA TORRE DEL ORO.—ITÁLICA.—LA CATEDRAL.— LA CARIDAD Y DON JUAN DE MAÑARA ...

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Sobre Sevilla existe un proverbio español que dice así:

Quien no ha visto Sevilla,

no ha visto maravilla.

Creemos francamente que tal proverbio nos parecería más justo aplicarlo a Granada que a Sevilla, donde no encontramos nada maravilloso, salvo su Catedral. Vista de Sevilla desde la Cruz del Campo. (Robert)

Sevilla está situada a orillas del Guadalquivir,en una gran, llanura de donde proviene su nombre de Hispalis; que quiere decir en cartaginés tierra llana, según afirman Arias Montano y Sarnuel Bochart. Es una ciudad grande, alegre, jocunda, moderna y que, en efecto, debe parecer encantadora a los españoles. En Sevilla hay todo el bordoneo y la exuberancia de la vida; un rumor alocado queda suspendido sobre ella durante todo el día, apenas atenuado un poco, al tiempo de dormir la siesta. Sevilla es dichosa; mientras su hermana, Córdoba, yace en el silencio y la soledad, ella goza.

En Sevilla, a pesar de lo que quisieran los viajeros y los anticuados, reina el estuco, las casas forman una red de calles en las que no se ven más que dos tonos, el índigo del cielo y el blanco de las paredes, sobre los que se recortan las sombras azules de los edificios vecinos, pues en los países de mucho sol la sombra, en vez de ser gris, es azul. Puertas cerradas con cancelas dejan ver a allá en el fondo hermosos patios de columnas, con pavimentos, de mosaico, estanquillos, surtidores, tiestos, plantas y cuadros. La arquitectura exterior en realidad carece de interés; las construcciones son bajas; a lo más de dos o tres pisos, y apenas puede verse, una docena de fachadas artísticas, Las mujeres de Sevilla justifican su fama de belleza; sus ojos, rasgados hasta las sienes, bordeados de negras pestañas, producen un extraño efecto en blanco y negro, desconocido en Francia. Cuando una mujer o una muchacha pasa junto a uno baja despacio los párpados, luego: los levanta de pronto y os lanza al rostro una mirada de un fulgor insostenible, mueve un poco las pupilas y vuelve a bajar las pestañas. En Inglaterra, Francia e Italia hay mujeres de belleza más perfecta, más regular, pero es indudable que no las hay más bonitas, ni más picantes, ni más graciosas. En la ribera del río, paseo que yo prefiero al de la Cristina, que es magnífico, con su salón enlosado, y que es el que prefieren para pasear los sevillanos, se alza la Torre del Oro, edificio octogonal de tres pisos, almenado a estilo morisco, cuya ancha base baña el Guadalquivir. La Torre se eleva entre un bosque de mástiles y de jarcias, pues se halla cercano a un embarcadero.

A los alrededores de este monumento, a orillas del Guadalquivir, íbamos a pasearnos todas las tardes, para ver ponerse el sol detrás del barrio de Triana, situado a la orilla opuesta del río. Un puente de barcas une las dos orillas, uniéndose por este medio los arrabales con la ciudad, y para ir a ver las ruinas de Itálica, patria del poeta Silio Itálico, y de los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio, hay que pasar por ese puente y seguir hasta el pueblo de Santiponce. En las cercanías de éste se ve un circo en ruinas, que conserva perfectamente su forma. Algunos recintos han sido descombrados, y allí se refugian, durante las horas de calor, piaras de cerdos, que pasan por entre las piernas de los visitantes y que es el único censo de población que tiene la antigua ciudad romana. Itálica se halla a legua y media de Sevilla. La excursión es muy agradable, y puede hacerse en calesa, empleando en ello sólo una tarde, a menos de que no se sea anticuario y se quieran explorar una por una todas las piedras del anfiteatro.

ruinas de Itálica. (Robert)Sevilla está rodeada de un cinturón de murallas almenadas, sobre las que se alzan de trecho en trecho alguna torre, la mayor parte en ruinas, sobre fosos cegados hoy casi por completo. Abundan, en Sevilla los lugares agradables; no faltan cosas muy curiosas como el paseo de la Cristina, el Guadalquivir, la Alameda del Duque, Itálica y el Alcázar; pero la verdadera maravilla de la ciudad es, no cabe duda, la Catedral. Como edificio es sorprendente y gana en la comparación aunque el que se le ponga delante sea la Catedral de Burgos, la de Toledo o la Mezquita de Córdoba. Parece ser que cuando se ordenó su construcción, el Capítulo que la emprendiera hizo el siguiente comentario a supropio proyecto:Elevemos un monumento que haga pensar a la posteridad que estábamos locos.

¡Magnífico! He aquí un programa amplio y perfectamente entendido; con esta libertad absoluta los artistas hicieron prodigios, y los canónigos, para atender a la construcción del edificio, cedieron todas sus rentas, no reservándose más que lo estrictamente necesario para vivir.

Se trata de una gran montaña hueca, de un valle invertido. Nuestra Señora de París, con toda su estatura, podría pasearse con la cabeza muy alta por la nave central, que es, de una elevación aterradora. Los pilares son gruesos como torres, y, sin embargo, parecen frágiles, hasta el punto de temblar. Se proyectan del suelo arriba, para caer en las bóvedas como estalactitas de una gruta de gigantes. Las cuatro naves laterales son menos altas; sólo podrían caber bajo ellas iglesias completas con campanario y todo. El altar mayor, con sus escaleras y sus rellanos arquitectónicos, sus filas de estatuas agrupadas por pisos, es por sí mismo un inmenso edificio, que llega casi hasta la bóveda del templo. El cirio pascual pesa dos mil cincuenta libras, y el candelabro de bronce que lo sostiene parece la columna de Vendóme de París. En la Catedral se consumen actualmente veinte mil libras de cera y otro tanto de aceite; el vino que se emplea en la comunión del Santo Sacrificio se eleva al enorme volumen de 18.750 litros; bien es verdad que a diario se dicen quinientas misas en los ochenta altares. Tiene ochenta y tres ventanales, de vidrios de color pintados con diseños ycartones, procedentes de Miguel Ángel, Rafael, Durero, Peregrini, Tibaldi y otros grandes artistas. Arnaldo de Flandes, célebre pintor en cristal, realizó en este templo soberbios vitrales. El coro, de estilo gótico, está materialmente cubierto de figurillas, flechas, hornacinas, frondas calladas, y, en fin, un universo minucioso e inmenso, que acaba confundiendo nuestra fantasía y que hoy nos, parece incomprensible. En uno de los techos del lado del Evangelio se halla la siguiente inscripción: Este coro fizo Nufro Sánchez, entallador, que Dios haya, año 1475.

Es imposible describir una por una todas las maravillas que encierra la Catedral. No podría empezar a conocerlas sin visitarla durante un añoentero diariamente, y aun así no se habríavisto todo. Las esculturas de piedra, madera y plata, de Juan de Arfe, Juan Millán, Montañés y Roldán; las pinturas de Murillo, Zurbarán, Pedro Campana, Roelas, San Luis, Villegas, Los Herreras, el Viejo y el Joven; Juan de Valdés y Gaya se amontonan en capillas, sacristías y salas capitulares. Se siente uno aplastado por tanta magnificencia, saciado de obras maestras; no sabe uno a dónde mirar. El afán y la imposibilidad de verlo todo, causa fiebre; un cuadro reemplaza a otro; a una maravilla sucede otra maravilla; el menor descanso os parecen robos que hacéis contra vuestra voluntad. Pero la imperiosa necesidad os arrastra, el barco silba, sus chimeneas vomitan humo blanco; mañana es preciso abandonar todo esto para no volverlo a ver jamás. En la Catedral de Sevilla vimos ese cuadro en el que la magia de la pintura ha llegado a su último límite : El San Antonio de Pádua, de Murillo. En la Catedral de Sevilla se ven reunidos todos los estilos de arquitectura. Junto al gótico, el Renacimiento, al lado de éste, una variación española que llaman plateresco o de orfebrería y que se distingue por una enorme fantasía de adornos y de arabescos, El griego, el romano, el rococó, todo se halla en este edificio, pues cada siglo ha edificado su capilla, su retablo, su monumento, según el gusto que le era, característico.

Giralda de Sevilla. (Robert)El campanario de la Catedral se conoce con el nombre de la Giralda, domina a todos los de la ciudad y es una torre árabe, edificada por un gran arquitecto, llamado Geber, inventor del Álgebra. El efecto de esta torre es encantador, tiene un aire de alegría y de juventud que contrasta con la fecha de la construcción, que se remonta al año mil, edad respetable, a la cual una torre puede permitírsela alguna arruga y algún tono marchito en el rostro. La Giralda, tal conforme hoy se encuentra, tiene poco menos de trescientos cincuenta pies de altura y cincuenta de ancho, en cada fachada. Los muros son lisos hasta cierta altura, en la que empiezan pisos con, ventanas árabes, pequeños balcones y columnas de mármol blanco. En lo alto de la torre hay una especie de cúpula o linterna, sobre la que gira una figura de la Fe, de bronce dorado, que sostiene en la mano una palma y en la otra un estandarte, que sirve de veleta y ha dado el nombre que lleva la torre. El Alcázar, o antiguo palacio de los reyes moros, es, dentro de lo bello y famoso, vulgar para el que ya ha visto la Alhambra de Granada. Para terminar con los edificios arquitectónicos más destacados, según nuestro gusto, que encierra Sevilla, hemos de hacer una visita al Hospital de la Caridad, fundado por el famoso Don Juan de Mañara, que no es ningún ser fantástico, sino que fue una realidad viva. Nada menos que Don Juan fundó un hospicio. Pues bien, sí; la cosa ocurrió del siguiente modo: Una noche salió Don Juan de una orgía y se encontró con un entierro que marchaba hacia la iglesia de San Isidoro; penitentes encapuchados, cirios amarillos de cera, todo lo más lúgubre y más siniestro que pueda imaginarse.

—¿Quién es el muerto? ¿ Es algún marido muerto en duelo con el amante de su mujer, o un padre que no se daba bastante prisa para dejar heredero a su hijo? —dijo Don Juan con mofa, embriagado por el vino.

— El difunto— dijo uno de los que llevaban el féretro es Don Juan de Mañara. ¡Rogad por él! Don Juan, sorprendido, se acercó al féretro (en España se suele llevar las cadáveres descubiertos) y al resplandor de las antorchas reconoció que el difunto se parecía a él, porque no era otro que él mismo.

Siguió su propio féretro a la iglesia, escuchó las plegarias de los concurrentes y... al día siguiente se lo encontraron desvanecido sobre las baldosas del coro.

El suceso produjo en él tal revulsión interior que; renunciando a su vida diabólica, tomó religiosamente un hábito, y dedicándose constantemente a la caridad dedicó, sus bienes a la fundación del Hospital en cuestión.

El Hospital de la Caridad contiene los cuadros de Murillo más hermosos: Moisés golpeando la roca y San Juan de Dios, conduciendo un muerto sostenido por un ángel. También vimos allí un cuadro terrible y extraño, de Juan de Valdés, titulado Dos cadáveres. Junto a este cuadro, las más horripilantes y negras confecciones de Young pueden parecer ligeras bromas, Hubiéramos querido ir a la Plaza de Toros, pues las corridas de Sevilla parece, según los aficionados, que son las más brillantes de España, pero, por desgracia, la Plaza de Toros estaba cerrada. Fernando VII fundó en Sevilla una escuela de Tauromaquia, donde los alumnos hacían su aprendizaje, primero con toros de cartón, luego con novillos embolados, y, por último, con toros ya serios, hasta, que estaban en condiciones de sabiduría para presentarseal público. Ignoro si la revolución habrá respetado esta institución real y despótica.

En fin, no tuvimos más remedio que partir, ya teníamos, tomados los billetes en el vapor para Cádiz, y nos embarcamos en medio de lágrimas, gritos y alaridos de las queridas o las esposas legítimas de los militares que cambiaban de guarnición y se disponían a viajar en nuestro mismo barco. ¡Quién sabe si aquel dolor sería sincero! Pero la antigua desesperación de las mujeres judías, al marchar al cautiverio, no las dejó seguramente llegar a mayores violencias.

(Grabados J.Robert, G.Dore, A.Wagner)