Viaje por las escuelas de España (II) Andalucía

Incluye un Índice de escuela visitadas

Luis Bello

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LUIS BELLO

Luis Bello es uno de los más preclaros periodistas de España; además de periodista — hombre que tiene la intuición rápida de la actualidad — es eminente literato. ¡Qué bonito es su libro sobre Madrid! Para enterarse de lo que es la capital de España, de sus alrededores, de su ambiente, de su historia, el libro de Bello es insuperable. Luis Bello ha escrito en muchos periódicos, ha hecho labor de colaboración puramente literaria, exquisitamente literaria en este caso, y ha practicado la ruda y abrumadora labor de confección en un periódico, de ordenar, de disponer el número en las altas horas de la madrugada, para que al romper el alba salga en los primeros trenes hacia provincias y aparezca poco después, limpio, claro, armónico y elegantemente ordenado en todas sus planas, por las calles de la ciudad. Y siempre Luis Bello, en todas sus andanzas periodísticas, en su duro vivir, ha sabido conservar — ¡a cuánta costa! — un espíritu de independencia y un sentido de liberalismo reflexivo, que son los que constituyen lo atractivo, lo simpático, la nota romántica de su personalidad.
Desde hace más de un año, Luis Bello está recorriendo toda España., Su misión es la de visitar las escuelas de niños. Poco a poco se ha ido formando un ambiente nacional; cordialísimo, de entusiasmo, alrededor de esta admirable cruzada.

EN LA ESCUELA

Una ventana ancha allá arriba, por donde entra un rayo de sol, y otra ventana, más baja, enfrente, por donde se ve una montaña y se columbran cerca unos árboles verdes. Se percibe un rumor de voces infantiles; diríase que este rebullicio es como el piar innúmero de pajaritos en una fronda. Las paredes son blancas; pero largas grietas las cortan en todas direcciones. ¡Si hubiera un poco de dinero para arreglar estas paredes! ylos bancos y pupitres de esta escuela también están un poco derrengados, gastados por el uso. ¡Si encontráramos un filántropo que quisiera regalarnos unos banquitos  para estos niños! Para estos niños tan buenos, tan simpáticos... Pero silencio, silencio; el maestro había salido de la clase hace un momento; le habían anunciado la llegada de un señor forastero. Los niños se habían puesto inmediatamente a brincar, a gritar, a cantar; parecían — lo hemos dicho — una bandada de pajaritos. Y ahora vuelve el maestro. Ya está en la puerta. Los niños callan súbitamente y se recogen en sus bancos. El maestro viene acompañado de un caballero. Es alto, delgado, erguido, este caballero. Como se ha puesto cabalmente donde da el rayo de sol, ese vivo rayo nimba su cabeza, con la melenita cenicienta, de una viva aureola. Diríase que este señor desconocido es un santo laico. Los niños le miran con curiosidad; él se acerca a los más próximos y les pone la mano — esta mano tan fatigada de escribir   — en sus cabezas; a otros los acaricia, les da palmaditas en las mejillas, les hace preguntas. El caballero, Luis Bello, y el maestro charlan después sentados ante la mesa del fondo. Los niños ven que el maestro — que es un viejecito pulcro y limpio — se pone un poco triste y señala las paredes de la escuela. Todos callan. Parece como si en este minuto, en tanto que se divisa la montaña remota por la ventana, algo que es melancolía y preocupación, algo que es lo más íntimo de una patria, de España, flota en el ambiente. Y que ese algo misterioso y sagrado hace que la sencilla conversación del maestro y del caballero, dos hombres que no son nada, que no tienen poder alguno en el Estado, tenga más trascendencia, sea más honda, más trágica, que el debate solemne entre diplomáticos que representaran grandes potencias.

JACULATORIA

Querido Luis Bello: adelante, adelante; el mundo es de la inteligencia. La inteligencia es la fuerza suprema. No hay nada, no debe haber nada por encima de la inteligencia. ¡Tengamos confianza en la suprema e incontrastable fuerza de la inteligencia! ¡Que los niños comprendan el mundo, que se formen idea exacta de las cosas, que tengan confianza en el porvenir de la Humanidad! Hagamos que esa confianza — confianza en la concordia, no en la sangrienta lucha — nazca en los corazones infantiles... Y no deje usted de caminar, querido Bello; de caminar, anda que te anda, por los caminitos de España.

Azorín


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