Cosas de España

El país de lo imprevisto

Richard Ford (1830-1833) Grabados: Gustavo Doré

 

pedagogía del palo

Si el animal aludido no atiende levantando las orejas o aligerando el paso, entonces entra en juego la «vara», el gran argumento de los cocheros, políticos y maestros de escuela, los cuales suelen decir que no hay razón como la del bastón , pues consideran que obra más directamente que la simple elocuencia. Los moros también tienen una idea muy elevada del palo, tanto que la consideran como un don de Alá al justo. Se usa a priori y a posteriori con las mulas y con los chicos; al hijo y al mulo para el culo .

Si el macho cae en falta y se le castiga para animar a los otros, suele añadir a los silbidos alguna frase como qué perrooo , o una alusión poco decorosa a su madre; todo ello acompañado de pedradas a los delanteros, pues no les alcanzan con el látigo desde el pescante. Después que se han dirigido a una mula por su nombre, si su pareja ha de ser corregida, rara vez la nombran, sino que dicen la otraaa, aquella otraaa , atendiendo siempre el animal, pues la costumbre le hace saber que es a ella a quien se dirigen. El tiro obedece a la voz de una manera maravillosa y pocas cosas son más divertidas que guiar, sobre todo por malas carreteras; pero hace falta conocer muy bien el idioma y los juramentos españoles.

 

juramentos españoles

Entre las muchas órdenes contravenidas en España, la de «no jurar» no es la menor. «Nuestro ejército juraba fuerte en Flandes», dice Uncle Toby. Pocas naciones, sin embargo, llegarán a los españoles en lo del maldecir; este hábito no tiene más límites que sus conocimientos anatómicos, geográficos, astronómicos y religiosos. Se emplea tanto con los animales, un muletier a ce jeu vaut trois rois , que dijérase ser las blasfemias e imprecaciones la única manera de dirigirse a ellos; y como casi siempre la acción va unida a la palabra, la combinación surte efectos maravillosos. Como una gran parte del tiempo tiene que pasarlo el viajero entre mulas, cocheros y arrieros, que no son muy diferentes entre sí, no estará de más que tenga alguna noción de los dichos y acciones más corrientes; poder hablar con ellos en su lenguaje, mostrar interés en sus cosas y en las de los animales siempre da buen resultado. Por vida del demonio, más sabe usía que nosotros , es un cumplido muy común. Una vez establecida la igualdad, la inteligencia superior pronto se hace la dueña.

El gran juramento español, que no debe decirse ni escribirse, es en la práctica la base del lenguaje de la clase baja; es una antigua reminiscencia de la abjuración fálica del mal de ojo, la tremenda fascinación que aun perturba la mente de los orientales y que no ha podido ser desterrada de España y de Nápoles (1) . La palabra termina en ajo , es dura y la j se pronuncia con una aspiración gutural completamente árabe. La palabra ajo es también un condimento que está tan frecuentemente como la palabreja en bocas españolas, y es exactamente lo que gustaba a Hotspur, un «juramento que llena toda la boca», enérgico y miguel-angelesco. El retruécano se aplica por extensión a la cebolla, y así, diciendo «ajos y cebollas», se significa palabrotas. El intríngulis del juramento está en el «ajo», pues las mujeres y los hombres sensatos que no gustan de hablar mal, sino que en algunas ocasiones quieren dar más fuerza a la frase, vigorizarla un poquito, darla un saborcillo a ajo o subrayar discretamente su discurso, quitan el final ofensivo y dicen car, caray, caramba. La palabreja se usa como verbo, como sustantivo, como adjetivo o a gusto de la gramática o del furor del que la emplea. También equivale a un sitio donde puede vivirse. Vaya usted al c ... ajo es la forma más dura de la cólera, que, un poco más suave en vaya usted al demonio o a los infiernos , es una mezcla caprichosa de cortesía y de furor.

Estas imprecaciones vegetales tienen en España su antiguo sabor egipcio y encanto místico, pues en el Nilo, según Plinio, los ajos y las cebollas eran considerados como divinidades. Los españoles también han añadido muchos de los juramentos góticos del norte, imprecatorios a la oriental y groseramente sensuales. Y basta de esto. El viajero que en España tenga que entendérselas con mulas y asnos de dos o cuatro patas, no necesitará ningún manual que le enseñe los setenta y cinco o más serments espagnols , sobre los que Mons. de Brantôme escribió un tratado. Más correcto será que el inglés no jure, aun cuando puede permitírsele algún caramba; por otra parte, la costumbre es más aceptada por aquello de contravenir una orden que por uso, y como es sabido: En la casa del que jura no falta desaventura .

 

(1) El temor del poder del mal de ojo, del que ni aun Salomón se vió libre Provervio, XXIII, 6), prevalece aún en Oriente; no ha podido ser extirpado de España ni de Nápoles, que tanto tiempo fue suyo. Las clases bajas de la Peninsula cuelgan al cuello de sus hijos y de sus ganados un cuerno engarzado en plata, que se puede encontrar en todas las platerías, y se considera como amuleto; la cuerda con que se cuelga debe estar hecha de crines de cola de caballo blanco. Las gitanas españolas, tan bien pintadas por Borrow , medrán quitando el mal de ojo, fuerelar nasula , como ellos dicen. El temor del Ain ara subsiste entre los árabes de todas clases. La gente educada en España se burla de esta superstición, y muchas veces, cuando uno nota que una persona lleva algo raro o lo tiene cerca de sí, suele decir: «Es para que no me hagan mal de ojo». En Nápoles es donde se pueden encontrar más amuletos de coral de todas formas, clases y precios. El canónigo Jorio y el marqués de Arditi han recogido toda la literatura y detalles referentes a ellos.

 

 

el calesero

Antes de alquilar uno de estos coches de colleras, que es, ciertamente, una diversión cara, es conveniente tomar toda clase de precauciones y puntualizar los detalles de lo que ha de hacerse y el precio, pues los caleseros españoles rivalizan con sus colegas italianos en falsedad, bellaquería y falta de honradez, que parecen ser patrimonio de los que andan entre caballos y distintivo de la gente que maneja la fusta, chalanea y guía coches. Lo que ha de darse al cochero no debe incluirse nunca en el ajuste, pues siendo este ítem voluntario y dependiente de la conducta del que lo ha de recibir, es un freno seguro para los excesos de la gente de camino.

En justicia, sin embargo, hay que decir que esta clase de españoles son, por lo general, amables, atentos y resistentes para el trabajo, y como no están acostumbrados a las cicaterías o a las esplendideces de los ingleses en Italia, suelen ser tan justos en sus transacciones cuanto puede serlo un ser humano que está constantemente entre ruedas y cuadrúpedos. Ofrecen al artista infinitos asuntos pintorescos. Todo lo que tiene relación con ellos está lleno de color y originalidad. No hacen nada, ya coman, duerman, guíen o se sienten, que no se preste a un cuadro, y lo mismo puede decirse de sus animales y arneses. Todo el que sepa dibujar nunca encontrará bastante largo el descanso del mediodía para aprovechar la infinita variedad de motivos que le ofrece el paisaje, en el cual tan bien encajan el coche y sus ocupantes; así mismo nuestros poetastros contemporáneos los considerarán tan dignos de ser cantados en versos inmortales como el trajinante de Cambridge Hobson, elegido por Milton.