Cosas de España

El país de lo imprevisto

Richard Ford (1830-1833) Grabados: Gustavo Doré

 

la galera

Primeramente citaremos la galera , que hace honor a su nombre, y hasta los que no dan importancia ninguna a su tiempo ni a sus huesos, después de unas cuantas horas de aquel traqueteo y suplicio no tienen más remedio que exclamar: que diable allais je faire d,ans cette galère? Estas máquinas de tortura van periódicamente de ciudad en ciudad y constituyen la principal comunicación y el único medio de transporte entre poblaciones de segundo orden; no son muy diferentes del carro clásico, rueda, en que, según podemos leer en Juvenal, viajaba Fabricio con toda su familia. En España estos primeros medios de locomoción se han estancado, a pesar del progreso y los adelantos de su época, y nos hacen volver la vista a nuestro Jacobo I y a los relatos de Tynes Moryson sobre «los carros cubiertos que sirven para llevar a la gente de pueblo en pueblo, pero este modo de viajar resulta muy molesto, pues hay que tomar el carro temprano y se llega tarde a las posadas. Nadie más que las mujeres y la gente de inferior condición viaja de esta suerte». Esto es lo que ocurre hoy en España.

La galera es un carro grande sin muelles; los lados van forrados de estera, y debajo lleva una red abierta como en los calesines de Nápoles, en la cual duerme y gruñe un terrible perro, que hace guardia de cerbero sobre los pucheros de hierro, cedazos y otros utensilios propios del gitano, y con el que nunca pueden hacerse migas. Hay galeras de todos tamaños, pero cuando es más grande de lo común se llama tartana, una especie de carro cubierto con toldo, que es muy común en Valencia y que, sin duda, se denomina así por una embarcación pequeña del Mediterráneo que lleva el mismo nombre. La carga y partida de la galera cuando la alquila una familia que va de traslado, son únicas de España. El equipaje pesado se coloca el primero, y encima de todo, las camas y los colchones, sobre los cuales la familia entera descansa en admirable confusión. La galera es muy usada por los «pobres estudiantes» españoles, únicos en su clase, llenos de andrajos y de desvergüenza; sus aventuras tienen forma de ser muchas y pintorescas y recuerdan algunos de los «incidentes de carruaje» de las novelas de Roderick Random y de Smollet.

 

coches

La civilización, en lo que se refiere a transportes, está en España aún a muy bajo nivel, a pesar de las infinitas revoluciones políticas. Excepto en algunas grandes ciudades, los risibles vehículos nos recuerdan aquellas caricaturas que tanto nos divirtieron en París en 1814. En Madrid, incluso después de la muerte de Fernando VII, el Prado , su paseo, estaba lleno de coches antediluvianos, cocheros grotescos y lacayos parejos, que nosotros hubiéramos llevado al Museo Británico como curiosidad. Desgraciadamente para pintores y autores, hoy han desaparecido y se han reemplazado por malas imitaciones francesas de los buenos originales ingleses.

Como los coches típicamente españoles se construyeron en tiempos remotos y antes de la invención de los estribos plegables, la subida y bajada a ellos se facilitaba mediante un escaño de tres patas, que se suspendía junto a la portezuela mediante tres correas, como se representa en los jeroglíficos egipcios de hace cuatro mil años; un par de orejudas mulas, esquiladas de modo pintoresco, era conducido por un postillón jubilado, con grandes botas de montar y un formidable sombrero de hule. En coches de esta guisa hemos visto muchas veces a los más linajudos nobles españoles tomando el aire y el polvo con su acostumbrada seriedad. Estos lentos carruajes de la vieja España fueron descritos irónicamente por la joven América ; tales son las alzas y bajas de naciones y vehículos. España ha descubierto América, y en cambio es ahora el blanco de sus burlas porque no puede ir a la cabeza de ella. Del mismo modo las cenizas del gran Alejandro pueden servir para tapar un boquete, y nosotros también nos unimos a coro de burlas olvidando que nuestros antepasados (véase la Maid of the Inn , de Beaumont y Fletcher) hablaban de « apresurarse en colchones de pluma que se trasladaban de un lado a otro en carrozas españolas de cuatro ruedas,..

 

 

carros

Los carros y demás medios de locomoción rural y de labranza no han progresado mucho más en España: cuando no orientales, son romanos, primitivos en forma y materiales: siempre chocantes, pintorescos e incómodos. El labrador, por regla general, labra la tierra con un arado que no varía nada del inventado por Triptolemo, trilla en la misma forma que describe Homero, y transporta su cosecha siguiendo fielmente las reglas de las Geórgicas . La obra de hierro es cosa desconocida casi, y a ambos lados de los Pirineos van unos cuantos siglos detrás de Inglaterra; absurdas tarifas prohíben la importación de nuestros instrumentos, buenos y baratos, para proteger sus efectos, malos y caros, y así la pobreza y la ignorancia se perpetúan.

Los carros en las provincias del noroeste son la plaustra , de sólidas ruedas, el romano tympana , que consiste en simples círculos de madera, sin radios, muy semejantes a piedras de molino o a queso parmesana: exactamente iguales a los usados por los egipcios, como vemos en los jeroglíficos, y sin duda alguna parecidos a los que enviara José a buscar a su padre, los cuales se usan por los habitantes de Afganistán y otros atrasados constructores de vehículos. Toda la rueda se mueve de una vez con un triste chirrido; los carreteros, cuyos oídos están tan embotados como sus dientes, son muy aficionados a este agudísimo chirrio (del árabe charrar , hacer ruido), al cual llaman música, y les agrada porque es barato y encuentran un placer en oírle. Escuchándola pueden figurarse que aúllan lobos, braman osos o es el mismo diablo, como dice Don Quijote, pues la rueda de Ixión, a pesar de estar condenada al infierno, nunca se quejó más lastimera. El lúgubre sonido sirve, como las campanas de nuestros carreteros, para avisar a los otros, los cuales, en desfiladeros y en gargantas donde no pueden pasar dos carros, se guían por él para esperar hasta que el paso esté libre.