trato con los criados
Los españoles tratan a sus criados de un modo muy semejante al que empleaban los antiguos romanos y al que ahora se estila entre los moros; son más bien sus vernae, sus esclavos domésticos: es la absoluta autoridad mezclada con el cariño del padre de familia. En España los criados no suelen cambiar de amo: sus relaciones y deberes están tan claramente definidos, que el señor no corre el menor riesgo de comprometer su dignidad al tener ciertas familiaridades con ellos, que puede tener o suprimir cuando le venga en gana; por el contrario, el desdén, el desprecio y la altivez con que ese mismo cortés caballero trataría a un plebeyo que pretendiese ponerse en un pie de intimidad, es superior a toda descripción. En Inglaterra ningún señor se atrevería a tener intimidad con su lacayo; pues aun suponiendo que pudiese caberle en la cabeza semejante absurdo, si bien es verdad que el lacayo es igual que él ante la ley de los hombres, Dios les ha concedido dotes completamente distintas, tanto de rango como de fortuna, figura e inteligencia. Por lo tanto, ha habido necesidad de levantar en defensa propia ciertas barreras convencionales que son más difíciles de trasponer que murallas de bronce y más imposible de anular que todas las leyes juntas. Ningún señor en España, y menos aún un extranjero, debe descender al abuso, la mofa o la violencia. Un golpe no puede lavarse sino con sangre; la venganza española va hasta la tercera o cuarta generación, y si alguna cosa han de aprender los atrasados españoles de los extranjeros, no es, ciertamente, el deber de la venganza ni la forma de llevarla a cabo. No se debe amenazar en vano, pero siempre que haya necesidad de castigar, debe hacerse sosegadamente y con la severidad precisa, y, una vez corregida la falta, no volver a insistir en ella innecesariamente, pues ya que los españoles perdonan difícilmente, los agravios sin vengar no conviene recordárselos. Un proceder amable y conveniente, una gran consideración hacia ellos, de manera que se vea que es la costumbre y que se espera de ellos lo mismo, será el mejor sistema para que todo esté en su lugar. Paciencia y buen carácter son los grandes requisitos del amo, especialmente cuando no sabe bien el idioma del país en que vive. Nunca debe considerar estúpidos a los españoles porque no le entiendan; además, con molestias y agobios no se gana nada, y no por mucho madrugar amanece más temprano. Dejadles tranquilos; no sed demasiado exigentes; en ocasiones, sed ciego y sordo; cerrad la puerta, y el diablo pasará de largo; miel en boca y guarda la bolsa.
En cualquier excursión española se gasta mucho menos que en la más vulgar de Inglaterra. Además, muchos de los que aguantan que abusen de ellos sus paisanos se enfurecen cuando imaginan que se les tima, especialmente en el extranjero. Esta vergonzosa economía de que algunos padecen es la del chocolate del loro: pagad, pagad, pues, con ambas manos. El viajero debe tener en cuenta que gana en rango y en consideración en España; que se le toma por un gran señor que viaja de incógnito, y algo hay que pagar por este lujo; después de todo, no será muy grande el aumento del gasto total, y, en cambio, va ganando mucho en comodidades y buen humor durante la excursión, que, por otra parte, quizá no la haga mas que una vez en la vida. Nadie que realice un viaje de placer por España debe meterse en esa guerrilla, en esa pequeña lucha por el ochavo. Que el viajero no cambie de modo de ser; que se muerda la lengua y que evite las malas compañías; quien hace su cama con perros, se levanta con pulgas, y al toro y al loco hazle corro. En estas condiciones verá España con agrado, y, como le decía Catulo a Veranio, cuando, algunos siglos ha, hizo este viaje, podrá a su vuelta entretener a sus amigos y a la vieja abuelita:
«Visam te incolumem, audiamque Hiberum narrantem loca, facta, nationos, ut mol elt tuus».
Dos viajeros deben llevar dos criados, ambos españoles, pues los demás, a menos que hablen perfectamente el idioma, son un estorbo. Un gallego o un asturiano hará un excelente lacayo; un andaluz será un magnífico cocinero y ayuda de cámara.Alguna vez se puede encontrar, por casualidad, una persona que sepa algo de idiomas y que tenga costumbre de acompañar a extranjeros por España como una especie de guía; pero este talento es sumamente raro y, además, las condiciones morales del individuo están en razón inversa de sus facultades intelectuales, pues, por lo general, ha aprendido más triquiñuelas que palabras extranjeras, y los puertos no son precisamente la mejor escuela de honradez. De estos bichos raros, el anglo-español, que generalmente ha desertado de Gibraltar, es el mejor, pues son trabajadores, callados y prudentes: un mono será siempre mejor que un charlatán ibero-galo, que ha olvidado sus habilidades nacionales, guisar y peinar, y ha aprendido muy pocas cosas españolas, sobre todo el buen humor y la paciencia.
De los dos criados, el que sea más listo irá a la cabeza de la caravana, y el otro, a la cola. Se les montará en buenas mulas, provistas de amplios serones. El uno debe actuar como cocinero y criado, el otro como palafrenero, y cada profesor llevará, según su especialidad, y en su correspondiente caballería, los utensilios necesarios para su oficio. Cuando no se lleva más que un criado, uno de los serones se dedicará a la administración y el otro a los equipajes; en este caso, el viajero lavará una maleta que se cuidará de enviar a las grandes ciudades por medio de un cosario, con objeto de que al llegar a ellas pueda reponer todo lo que necesite en el equipaje de mano. Los criados deben ir provistos de alforjas y una bota, cosas que desde tiempo de Sancho Panza forman parte intrínseca de un fiel escudero, y, llevadas sobre un asno, le dan cierto aspecto patriarcal. Iba Sancho Panza sobre su jumento, como un patriarca, con sus alforjas y bota.
Cada uno de los criados se cuidará de su cometido; el palafrenero llevará los utensilios de cuadra y algo de grano, a fin de que nunca falte un pienso para el ganado en caso de apuro; siempre procurará enterarse de los recursos del país por donde han de pasar durante el día para tomar sus precauciones. El segundo cuidará de sus amos, como el primero de sus bestias, previniendo y preparando todo lo que pueda contribuir a su comodidad, sin olvidar un mosquitero, ya diremos algo de la plaga de moscas en la Península, con clavos para colgarle, un martillo y una barrena, cosas todas de lo más vulgar, pero que puede ser difícil encontrar cuando más se necesite. También es conveniente llevar una pequeña cantina, cuanto más ordinaria y más pequeña, mejor, pues una cosa que se salga de lo común llama la atención y excita la codicia de los demás y, por lo tanto, da lugar a asaltos, robos y otros inconvenientes que no existen hoy en nuestros caminos, aun cuando míster Moryson tuviese buen cuidado de advertir a nuestros antepasados que «anduviesen con precaución sobre este punto, pues los ladrones tienen por lo regular espías en todas las posadas para que averigüen la condición de los viajeros». La manufactura española vale tan poco y es tan basta que lo que para nosotros resulta verdaderamente ordinario, es para ellos de lujo, porque no han visto otra cosa mejor. Las clases bajas, que comen con los dedos, creen que es oro todo lo que reluce, y, como después de todo, la dificultad está en lo que reluce, nadie debe llevar tenedores y cuchillos tan bonitos que dé ganas a los sacamantecas de dedicarlos a usos poco convenientes.
De cualquier modo, bueno será evitar el equipaje superfluo, especialmente cosas inútiles, por aquello de que en largo camino una paja pesa; y que la última pluma reviente al caballo. Se exceptuarán los cigarros, que deben llevarse en abundancia, para darlos generosamente; el mejor modo de entablar conversación con un español es tener con él esta pequeña y delicada atención. El rapé es muy agradable a los curas y a los frailes (por más de que ahora no los hay). Agujas, hilo y un par de tijeras inglesas no ocupan mucho espacio y constituyen la llave de las gracias del bello sexo. Un regalo hecho con oportunidad y tacto tiene un encanto especial, lo mismo en casi todos los países europeos que en los orientales, y el español, si no está en condiciones de hacer un regalo equivalente, siempre tratará de pagarlo con atenciones y cortesías.
Cada uno determinará por sí mismo si prefiere que su criado le sirva de ayuda de cámara o de cocinero, pues no es fácil cosa que un hombre sirva bien y al mismo tiempo la comida y a su señor. El cocinero que, a la vez, va detrás de dos liebres, no coge ninguna. Ningún viajero prudente permitirá que nadie haga lo que él pueda hacer por sí mismo; el que se sirve así propio, puede asegurar que está bien servido.
Pero si en absoluto necesita de un ayuda de cámara, mejor es que deje al mozo en su sitio adecuado: la cuadra; bastante tendrá con almohazar y cuidar de sus cuatro animales, lo cual no ignora que es bueno para la salud de los bichos, aunque él jamás se raspa la costra que a manera de cemento romano cubre su cuerpo de ilota. Por experiencia sabemos que si el jinete tiene la costumbre de llevar todo lo necesario para su aseo personal en un saco aparte y emplea en su tocado el tiempo que el cocinero tarda en preparar la sopa, quedará maravillado de lo confortablemente que se sentará ante su puchero.