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El emplazamiento de Sevilla es admirable; su clima delicioso; sus cercanías fértiles. Pero ¡qué escaso partido  se obtuvo de tales ventajas! O, mejor dicho: ¡cuán distante es la ciudad de lo de dieciséis meses y los que se quedaron. Si hemos de dar crédito a las reclamaciones que telares de seda de todos tamaños, y había ciento treinta mil personas empleadas en esa vecinos.

Su catedral, célebre en toda España, contiene numerosas estatuas, algunas de las cuales no carecen de mérito. Sepulcros más o menos ornados, capillas vastas y recargadas de adornos. En el baptisterio son de admirar dos cuadros de ese delicioso pintor sevillano cuya ciudad natal guarda la mayor parte de sus obras: Murillo; la falta de cuyos lienzos se hacía sentir en la rica pinacoteca de los reyes de Francia y que por fin ocupa un lugar en el Museo Nacional francés. Hay otros nueve en la sala capitular, que no hubiera necesitado de más adorno, y dos en la sacristía. En la capilla de los Reyes son de notar, entre otros, los sepulcros de San Fernando, cubierto de inscripciones hebreas, árabes, latinas y españolas, y el de Alfonso X, llamado el Sabio o el Astrónomo, etcétera.

Pero ninguno de estos regios sepulcros causa tan profunda impresión ni sugiere tan elevadas reminiscencias como el de Cristóbal Colón, colocado ante el coro con esta inscripción, curiosa al menos por su brevedad:

     A Castilla y Aragón otro mundo dio Colón

Su hijo don Fernando, que sería considerado como un gran hombre si hubiese tenido un padre menos famoso, tiene también su tumba en una de las capillas, pero su epitafio, más largo y menos sencillo no es tan notable. El campanario de esta catedral, conocido por la Giralda, es uno de los más bellos monumentos españoles. Se sube por una escalera de caracol. Tiene doscientos cincuenta pies de altura y está coronado por una estatua que representa la fe. Sobre una de las cinco naves de la catedral está situada la biblioteca, que contiene unos veinte mil volúmenes. No son aquí mero adorno. Sevilla es, después de Madrid, la ciudad española de mayor cultura. En Sevilla prospera sobre todo la afición a las bellas artes y sus moradores se precian de contar con varios maestros de la escuela española, como Roelas, Vargas, Zurbarán y, sobre todo, el incomparable Murillo, al que sólo se puede admirar bien cuando se han visto las numerosas y magníficas obras que ha dejado. El Hospital de la Caridad contiene diez, a cual más digna de la admiración de los entendidos; hay otras once en uno de los claustros del convento de San Francisco. En fin, en los capuchinos, entre varios cuadros de este gran maestro, no podemos cansarnos de admirar un Cristo que se desprende de la cruz, con una conmovedora expresión de dolor, para abrazar a San Francisco.

Además de estas obras maestras y de otras de la escuela española, hay en Sevilla varios edificios notables. Ante todo, la Lonja, cuyas cuatro fachadas tienen cada una doscientos pies de extensión. Reparada y decorada hace poco, se destina a archivo de todos los documentos referentes a la América española, repertorio de hazañas y luchas, donde la historia y la filosofía encontrarán verdaderos tesoros.

El Alcázar es un soberbio edificio, construido y habitado por los reyes moros durante mucho tiempo. Primeramente le dio más amplitud el rey don Pedro y después, con exquisito gusto, el emperador Carlos V. Varios reyes de España residieron en él y Felipe V, que pasó allí algún tiempo con toda la corte, tuvo tentaciones de no abandonarlo, proyecto que, a no mediar consideraciones políticas, hubiera sido realizado con aplauso de toda España, exceptuados los madrileños.

Otro edificio grandioso y de buen gusto es la Fábrica de Tabacos, terminada en 1757; establecimiento enorme, tanto por la extensión como por la cantidad de obreros que allí trabajan. También es notable la fábrica de cañones de cobre que, junto con la de Barcelona, provee a todos los arsenales españoles de Europa. Uno de los edificios más antiguos de Sevilla es la Casa de la Moneda, en la que antiguamente reinaba gran actividad. Los escritores de la época aseguran que el peso, tanto del oro como de la plata, que se amonedaba diariamente era de setecientos marcos. Durante mucho tiempo solamente los particulares acuñaban moneda, y hasta 1718 no empezó a ser acuñada por cuenta del rey.

La Torre de Oro, antiguo edifico que se cree ser obra de los romanos y cuyo objeto era sin duda el de proteger la navegación, es donde los moros ataban una cadena que atravesaba el Guadalquivir hasta la orilla opuesta, en que se encuentra el barrio de Triana. Nace este río en una de las vertientes de la cordillera llamada Sierra de Segura, y mientras sigue su curso hacia el Océano, el Segura, que nace en la otra vertiente, se dirige hacia el Mediterráneo y lleva a Murcia, a Orihuela, Cartagena y otros puntos la madera de construcción procedente de estas montañas.

Al Guadalquivir debe Sevilla su antiguo esplendor. Entonces los navíos mayores lo remontaban hasta cerca de los muelles de Sevilla y los de menor calado llegaban hasta Córdoba. Hoy, los mayores no pasan de Bonanza, pueblo a quince leguas de Sevilla, desde donde es necesario llevar las mercancías a la ciudad con embarcaciones menores.

Algunos edificios principales decoran la parte de las orillas del río situada frente al barrio de Triana. Allí inició Lerena, intendente de Andalucía, un plantío que después se ha convertido en delicioso paseo.

Los alrededores de Sevilla, como los de la mayor parte de las ciudades andaluzas, están bastante bien cultivados. Saliendo de las llanuras desiertas y áridas de Castilla y de La Mancha se ve con agrado los huertos y casas de campo.